Una de las consecuencias más dramáticas y llamativas de la crisis que ha afectado a la actividad constructiva es la paralización de multitud de obras en diversas fases de ejecución. Sin atrevernos a hacer un análisis demasiado optimista del fenómeno, lo cierto es que en los últimos meses muchas de estas obras se están reiniciando. Lo que sin duda, es un síntoma muy positivo para la economía, pero conlleva riesgos que es necesario que el técnico afectado tenga muy en cuenta a la hora de acometer el encargo.
En algunos casos, el Arquitecto que va a intervenir en la reanudación de la obra es el mismo que intervino hasta el momento de su paralización. Este técnico tiene la ventaja de que conocer el proceso de ejecución y, por tanto, su intervención es consciente de las decisiones que hasta ese momento se han adoptado y de las circunstancias positivas, o negativas, que afectan a esa construcción. A pesar de todo, el tiempo transcurrido desde la paralización es un factor a considerar. Es importante documentar el estado del edificio a la hora de retomar la ejecución y, en su caso, realizar un chequeo de aquellas partidas sobre las que pueda plantearse cualquier duda. En definitiva, las responsabilidades que define la Ley de Ordenación de la Edificación comienzan a computar desde el acta de recepción de la obra y, en ese momento, el hecho de que el edificio haya tardado más o menos tiempo en ejecutarse deja de tener una verdadera relevancia práctica. Será un edificio de nueva construcción, con todas las responsabilidades que ello implica.
En muchos otros casos, el Arquitecto que va a continuar la edificación es totalmente ajeno a lo ejecutado antes de la paralización. Esto no supone que pueda desentenderse del estado de la obra, al contrario. Es fundamental ser consciente de que su responsabilidad no va a limitarse a lo que se vaya a ejecutar de forma activa, sino que va a extenderse a lo ya ejecutado conforme al proyecto realizado por otro técnico. Esto implica, por tanto, que aún es más necesario ser muy meticuloso al documentar el estado de la obra y de realizar un chequeo de su situación. Al no conocerse de primera mano lo que se ha ejecutado, el riesgo de acabar dando por buenas partidas que ocultan deficiencias es mucho mayor. Lo que inicialmente puede parecer una obra sencilla, oculta en ocasiones, un verdadero quebradero de cabeza que es necesario valorar con mucha prudencia. Es imprescindible utilizar los medios técnicos necesarios y recurrir a la documentación de la obra ejecutada contrastando, si es preciso, los datos más dudosos con los agentes que tengan conocimiento directo de la misma, e incluyendo si es posible a los técnicos que intervinieron inicialmente.
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